Por M. Martínez Euklidiadas
El periodo de permanencia en un puesto laboral se ha ido acortando con el tiempo a medida que las competencias han ido volviéndose obsoletas. Si hace unas décadas era frecuente tener el trabajo heredado de un abuelo, en la actualidad se aconseja a los profesionales a aguantar, al menos, seis años antes de buscar la siguiente aventura laboral.
Es un consejo difícil de seguir en un mundo cambiante con conocimientos que se vuelven obsoletos en menos de una década. Basta mirar alrededor para ver que lo que se pedía hace 10 o 20 años no se parece a lo que se pide ahora. El Lifelong learning es, por lo tanto, una asignatura cada vez más relevante entre los profesionales, un nuevo reto social para todos.
¿Cuál es el tiempo medio de permanencia en un trabajo?
Según datos de Statista 2017, los jóvenes de 30 a 34 años permanecen una media de 5,2 años en un mismo puesto de trabajo. Los de 25 a 29 años, solo tres años. Y destaca cómo los trabajadores de 15 a 24 apenas están un año de media antes de saltar a otro.
Aunque parte de esta curva decreciente se debe a la discontinuidad laboral de los contratos temporales, la economía gig de bajo nivel añadido, contratos de formación o la precariedad laboral, lo cierto es que se observa un patrón general desde hace décadas en todos los grupos de edad. Y en todos los países. En líneas generales, se cumplen dos patrones combinados:
Primero, a mayor edad más estabilidad laboral y menor probabilidad de cambiar de empresa. Así se observa, por ejemplo, en datos de la EPA 2009 recogidos por UGT. Mientras que el 4,8% de los trabajadores de 45 a 64 años habían cambiado de un trabajo a otro; el porcentaje subía al 13% entre los 30 y los 44 años; y al 25% entre los 16 a 29 años. En la actualidad han crecido.
Segundo, a mayor nivel de estudios mayor estabilidad laboral y mayor salario por puesto. Según el censo estadounidense US Census Bureau 2016 Annual Social and Economic Supplement, la diferencia entre un bachelor ‘s degree (graduado universitario) y un graduado de instituto era de 49 804 dólares frente a 25 785 dólares, prácticamente el doble.
Cifras similares se observan en España, donde de media el mero hecho de haber terminado un máster hace ganar tanto a los recién titulados como el disponer de 30 años de experiencia en un sector y les aleja de la tasa de paro de forma notable, aumentando su periodo medio de permanencia en un mismo puesto laboral. La tasa de paro en 2019 de quienes terminaron la ESO (17,3%) duplica la que tienen quienes terminaron sus estudios universitarios (9,2%).
¿Cómo rompió la especialización la transmisión familiar de conocimientos?
En el apartado previo, la formación es imprescindible para aumentar y mejorar la estadía en algún puesto de trabajo, especialmente los de alta calidad. También lo es para seguir el ritmo de la tecnología, como veremos en el siguiente apartado. Pero no siempre ha sido así. Durante siglos, si no milenios, no era necesario aprender nada fuera de lo transmisible a nivel familiar.
Así, las técnicas en agricultura, pesca o ganadería apenas se sofisticaron durante generaciones, y lo que un adulto podía aprender durante una vida era transmisible a la siguiente generación. En 1940 el sector primario seguía aportando a España el 50% del PIB. En 2019 apenas superaba el 4% (3,8 a 4,3% según periodo). La revolución empezó un siglo y medio antes, en Inglaterra.
El principal ‘culpable’ de que sea cada vez más frecuente cambiar de empleo y que la educación sea necesaria a lo largo de toda la vida fue la automatización industrial que saltó rápidamente al campo. Millones de trabajadores en toda Europa perdieron el empleo en décadas y tuvieron que ‘inventar’ otros derivados de su tiempo libre o las nuevas necesidades. Y este ciclo no ha cesado.
Como había cada vez menos demanda de trabajadores del campo, muchos saltaron a la industria, que siguió el mismo camino de automatización y se convirtió en una centrifugadora para un talento que terminó en el sector servicios, en el sector de la información o en el sector quinario. Pero un agricultor no puede enseñar contabilidad avanzada a sus hijos.
Desde hace más de un siglo la educación canónica (un aula, un profesor, explicación durante la clase y deberes en casa) se ha consolidado como el mecanismo más frecuente usado para transmitir nueva información. En ella, profesionales formados en ámbitos específicos forman nuevas hornadas de estudiantes. Y esta especialización se ha demostrado muy efectiva, al menos hasta ahora.
Obsolescencia educativa, y de la educación
Hace dos siglos un progenitor podía enseñar todo lo que un/a hijo/a necesitaba saber. Hace 50 años esto era raro, y solo un profesor de escuela tradicional era capaz de enseñar lo que se necesitaba. Desde hace unos años ha ido aumentando la brecha entre lo que las escuelas tradicionales son capaces de transmitir frente a métodos estilo MOOC, participativos, aulas invertidas, educación en base a proyectos y casos reales, y otras variantes como la IA Watson en la escuela. La educación está cambiando.
El sociólogo español Manuel Castells hace tiempo que analiza el sistema educativo no solo como transmisor de conocimientos útiles para el desempeño de los estudiantes, sino también de valores y transmisión de sistemas de poder entre profesores y alumnos; un sistema que se está quedando obsoleto debido a cómo se produce la transmisión de información.
“La información está toda en internet”, comenta de tanto en tanto en sus ponencias, y lo realmente complicado es entender qué información es útil, cuál es aplicable, cuál quedará desfasada, cuál permitirá desbloquear nuevos conocimientos futuros, cuál será valiosa en unos años, etc. Y esto no es trivial debido al ritmo al que varía lo que demanda la sociedad, y el ritmo al que lo aprendido ayer deja de ser válido hoy.
Incluso a nivel de usabilidad tecnológica, muchas personas se han visto sorprendidas cuando el menú de su aplicación favorita cambia de ubicación y de orden en las opciones, o cuando su sistema operativo recibe una actualización que lo renueva por completo cada pocos años. Ese es el mundo cambiante en el que vivimos. Y el cambio genera cambio.
Formación continua, un reto presente
Cada nueva hornada de estudiantes tenderá a mejorar en algo los conocimientos de sus profesores y maestros, lo que a su vez generará cierta inestabilidad sísmica en el sistema laboral que forzará a cada vez más trabajadores a seguir formándose. Esta ola, que hace siglos tardaba generaciones en volver, y hace décadas otras tantas, ahora apenas dura años. A veces, menos.
Algunos países, como es el caso de Finlandia, han aceptado el reto como nación. Así, desde 2017 llevan impulsando la inteligencia artificial y en 2019 iniciaron una estrategia para formar al 20% de su población en IA y tecnologías relacionadas. Son dos de cada diez personas.
A mediados de 2019, la empresa Amazon se propuso un reto similar. Estableció un presupuesto de 700 millones de dólares para formar a uno de cada tres trabajadores en todo tipo de campos laborales relacionados con STEM. Tendencias similares serán cada vez más frecuentes a medida que los conocimientos necesarios para ocupar determinados puestos sigan evolucionando.
Y, dado que el número de herramientas para desempeñar un mismo puesto no dejan de cambiar, en ocasiones de forma drástica, se hace necesario mantener a los trabajadores en un ciclo de formación continua. No es descabellado que en el futuro cercano se destine parte de la jornada laboral al estudio o a la mejora de competencias básicas, viendo el ritmo actual.
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