Durante mucho tiempo se ha pensado que la tecnología inteligente podría tener la capacidad de volvernos estúpidos. Por suerte, recientes estudios indican que los temores a una idiocracia estaban infundados o magnificaban algunos aspectos de la aparente ‘estupidificación’ humana. Los smartphones no nos hacen más tontos, lo que supone todo un consuelo.
El problema de la ‘estupidificación’ humana
El miedo a volvernos menos inteligentes como sociedad ha existido desde hace milenios, y no ayuda para nada que cada generación piense que la siguiente esté formada de vagos o estúpidos. En una interesante publicación de 2019, los autores resaltan que el temor a las descendencias holgazanas data del siglo IV a.C. Pero ni los jóvenes son perezosos ni somos cada vez más bobos debido a la tecnología.
“Yo soy listo, tú tonta; yo soy mayor, tú pequeña; yo tengo razón, tú no. Y no puedes hacer nada por evitarlo” — Matilda, de Roald Dahl
Sí había indicios que podían sugerir que el intelecto ha podido disminuir con la introducción en nuestras vidas de innovaciones técnicas. Después de todo, ¿cuántos de nosotros sabemos cultivar, cazar o tejer? Pocos, por no decir casi ninguno. Durante un tiempo la pérdida de habilidades ‘básicas’ fue entendida como una forma de atontamiento, aunque no tenía en cuenta que surgían nuevas capacidades más complejas.
El segundo gran sospechoso en este tema era la falta de presión del entorno. La transformación tecnológica ha mejorado tanto la calidad de vida que cualquiera puede nacer y crecer. Sin esa selección natural, existía un miedo relativamente justificado a volverse torpes, como sostenía hasta hace unos años Gerald Crabtree. La realidad es que ahora los físicamente endebles pero sabios tienen más oportunidades.
Por último, el tercer y último gran temor a volvernos menos listos viene a raíz del uso de tecnologías inteligentes. Si algo caracteriza a los avances en este campo es que son capaces de ‘pensar’ a un nivel básico, con la automatización de muchas actividades que antes exigían sesudas reflexiones. Entonces, si la máquina razona por nosotros, ¿nos acabaremos volviendo tontos al no tener por qué pensar?
‘Idiocracia’, una distopía diferente
Idiocracia (2006) es una comedia cinematográfica que parte de la base de que la automatización nos ha vuelto simples con el tiempo, al perder competencias antes necesarias. Tras cinco siglos de consumismo mecanizado y el paulatino atontamiento de las élites culturales, la humanidad ha entrado en declive. Algo parecido a la obesidad de Wall-E (2008), pero con el cerebro.
En el caso que presenta esta película, la sociedad sigue funcionando gracias a que las máquinas se encargan de lo importante (la medicina, los cultivos, la televisión o la economía), pero los humanos se han ido apartando de estos conceptos hasta el punto de resultarles alienantes y desagradables. Ni entienden ni quieren entender, y cualquier manifestación intelectual es vista como una provocación.
Este tipo de representaciones distópicas no son nuevas. En la novela La máquina del tiempo (1895), de H. G. Wells, dos sociedades diferentes de personas involucionan hasta un punto de infantilización naturalizada irreversible, con foco en el inocente e ignorante pueblo eloi, que vive despreocupado hasta el día en que se lo come un morlock, una criatura infrahumana que vive bajo tierra esperando para atacar a los ingenuos.
En Ilión (2003), Dan Simmons usa precisamente “eloi” como adjetivo de sociedad ‘estupidificada’. En este futuro distópico la ‘fermería’ cura todas las dolencias, la gente ha olvidado cómo se lee, los ‘servidores’ se encargan de cazar y cocinar, y los ‘voynich’ se ocupan de la defensa y el transporte. Los humanos se dedican a sus fiestas y a dar pasos atrás lentamente en una espiral de decadencia.
“No hay retroceso cognitivo por el uso de tecnología inteligente”
Como adelantábamos previamente, un reciente estudio descarta (por fin) que los avances tecnológicos nos tornen más tontos. Titulado ‘Technology may change cognition without necessarily harming it‘ (‘La tecnología puede cambiar la cognición sin dañarla‘), tres investigadores explican el impacto a largo plazo de la digitalización en las capacidades de conocimiento innatas del ser humano.
El resultado es inequívoco, y “no hay evidencia científica que demuestre que los smartphones y la tecnología digital dañen nuestras habilidades cognitivas biológicas”. No somos más estúpidos, es cierto, pero tampoco somos más inteligentes. Simplemente, nos comportamos de forma diferente al adaptarnos al entorno que cambia con nosotros en coevolución.
Como ejemplo, hace unos siglos la inteligencia radicaba en la capacidad de memorización de datos, porque era lo que hacía falta para funcionar en el mundo. Ahora de eso se encargan las máquinas, mientras que los humanos nos responsabilizamos de otras cuestiones como el pensamiento crítico o la búsqueda de patrones.
Ni nos volvimos más tontos cuando la tecnología nos hizo pasar por el filtro de las actividades repetitivas durante la Segunda Revolución Industrial, ni lo somos ahora que un algoritmo se encarga de mantener la oficina a una temperatura confortable. Simplemente, usamos los recursos cerebrales de forma distinta.
Tecnología y humanos, complementarios
Respondiendo a la pregunta “¿qué potencia de cálculo podríamos lograr si toda la población mundial dejará lo que está haciendo ahora mismo y se pusiera a hacer cálculos?”, Randall Munroe, autor de ¿Qué pasaría si…? (2015), establece que la competencia entre la inteligencia biológica y la computacional es poco productiva, mientras que su unión es productiva.
Sí, el procesador de un smartphone de gama media puede hacer cálculos cientos de veces más rápido que toda la población mundial ¡a la vez!, pero es poco probable que toda la potencia algorítmica de la que disponemos sea capaz de entender por qué llora un niño pequeño. La inteligencia humana y la de las máquinas parecen, de hecho, destinadas a ser complementarias.
En 2016 se hizo público un estudio particularmente interesante en el campo de la detección de cáncer metastásico usando inteligencia artificial. La tasa de error del algoritmo era del 7.5 %, la de los humanos del 3.4 %, y la de ambos combinados, ¡del 0.5 %! Aunque ahora la tecnología supera con creces a los profesionales, la complementariedad humano-máquina sigue siendo lo mejor.
Lejos de atontarnos o de empeorar nuestra capacidad mental, parece que la tecnología inteligente nos permite desbloquear habilidades diferentes. Como dijo el neurocientífico David Eagleman, el cerebro es un mecanismo multipropósito: funcionará bien sin importar demasiado con qué lo alimentes. Y, con los progresos tecnológicos, funciona maravillosamente.