Por M. Martínez Euklidiadas
La covid-19 ha hecho más por digitalizar nuestra vida que cualquier intento deliberado. Pero esta brusquedad de implantación ha dejado atrás a muchas personas que se ven incapaces de mantener el ritmo. Absortos como estamos en el desarrollo y la implantación tecnológica, que presuponemos accesible, en ocasiones cuesta mirar alrededor y observar en detalle.
Si lo hacemos, observaremos cómo las personas mayores se ven incapaces de leer los SMS que les llega del centro de salud en teléfonos sin pantalla. Lo vemos en líneas de autobuses que no admiten efectivo, en trámites con la administración que exigen certificado digital o en comercios que usan códigos BIDI para pedir turno. La tecnología es una ayuda, pero solo si se usa bien.
Cuando la tecnología supone una barrera
Cuando la tecnología está mal diseñada o no se usa en su ámbito de aplicación, supone una barrera importante para los usuarios. Hemos salido (metafóricamente) a la calle y nos hemos encontrado con cuatro casos de personas que se han visto incapaces de lidiar con la tecnología instaurada rápidamente debido a la covid-19. Algunas situaciones son muy frustrantes.
Atrapado sin poder subir al autobús
Alberto M. tiene 41 años y vive en un municipio de la Comunidad de Madrid. Al teléfono, nos cuenta cómo una vez cada dos semanas viaja a un punto de encuentro familiar cercano para ver a sus hijos un par de horas. Hace unos meses, pasó tres horas en una marquesina de autobús entre dos municipios.
Había llegado a ella usando el último viaje de la tarjeta de transportes, y en el transbordo carecía de dinero en efectivo. La nueva normativa exigía el pago con tarjeta o bien con tarjeta RFID de viajes, por lo que tuvo que esperar a que un conocido le recogiese. Ese día no pudo ver a sus hijos.
En este bar no tienen carta
J. M. es camarero en un bar de San Sebastián. Hace semanas retiraron la carta física por Real Decreto-ley y la sustituyeron por una carta electrónica accesible mediante código QR y URL. Sin embargo, han tenido que encargar cartelería con letra grande para ubicar la carta en varios puntos visibles del local.
También están considerando el usar cartas reciclables a modo de mantel. El motivo es que casi todos sus clientes carecen de la destreza necesaria para entender qué es un código QR, cómo escanearlo e incluso qué es una URL. Muchos ni siquiera disponen de smartphone.
Cuando la información es inaccesible
Faustina y Lorenzo son dos jubilados que viven en Extremadura. Su hija Laura nos explica que ellos ni siquiera son conscientes de que sus teléfonos funcionan con cuentas de correo. No saben nada de su email asociado. Durante la pandemia, Laura tuvo que ayudarles a pedir una cita electrónica.
La administración solo admitía cita previa, y dada su condición de personas mayores (grupo de riesgo) no se atrevían a viajar en autobús al municipio donde se encuentra la sede más cercana. Como no saben usar internet, se veían incapaces de contactar o buscar información.
Muro administrativo sin nadie al teléfono
Ángel Martínez es autónomo en Madrid, con una pequeña empresa de construcción. A principios de abril trató de comunicar la apertura de la actividad de un nuevo centro de trabajo. Lo logró en agosto. El cierre de la ventanilla física por la pandemia dio lugar a un servicio digital que usa certificados.
Pero, al subir el documento, la plataforma informaba de un ‘error’, y no existe ningún teléfono al que llamar. La única ayuda es un email que redirige a la guía para cumplimentar el documento. Hasta que la ventanilla física no se ha reabierto, ha sido imposible entregar la documentación.
Digitalizar, sin dejar a nadie detrás
Hace unos años se hizo popular ‘el chico de la barba’, la historia de José Antonio, que intraemprendía dentro del Ayuntamiento de Madrid para hacer la administración más accesible a personas que encontraban dificultades a la hora de utilizar tecnología. Algo tan básico para muchos como es pedir cita previa puede suponer un mundo para alguien que no entiende las máquinas.
Esta pandemia nos ha demostrado que la digitalización educativa no ha sido igual para todos. Organizaciones como la Unesco ya advirtieron al principio del cierre derivado por el coronavirus de que no todos tendrían acceso a una educación digital. Por desgracia, ya se tiene constancia del impacto educativo en los colectivos que ya eran históricamente vulnerables.
En julio se publicaba el metaestudio cualitativo ‘La Brecha Digital en Estudiantes Españoles ante la Crisis de la Covid-19’, que apuntaba cómo “uno de cada tres estudiantes, a pesar de disponer de tecnología en su hogar, señala que no cuenta con los recursos necesarios”. No solo hace falta un ordenador, también conexión a internet, un espacio donde estudiar y, lo más importante, un entorno que sepa usar esa tecnología para dar acceso a los estudiantes.
Dejar abierta la puerta ‘analógica’
A menudo, la mayoría de los problemas localizados en este y otros estudios similares parte de una base común: se ha digitalizado pensando en que ‘lo digital’ es para todos. La realidad nos ha demostrado cómo esto no es cierto. No todos los colectivos están igual de adaptados al manejo de la tecnología, destacando:
● algunas personas mayores que no comprenden los fundamentos digitales, la tecnología o sus implicaciones, y en ocasiones incluso tienen dificultades para la comunicación escrita;
● algunos jóvenes, a los que se ha llamado de forma errónea ‘nativos digitales’ (el libro de expertos ‘Los nativos digitales no existen’ (2017) aporta datos al respecto): son usuarios de tecnología, sin entenderla;
● algunas mujeres, que parecen sentir “rechazo y no elección de títulos del ámbito de las TIC” según el metaestudio antes mencionado.
Estos y otros colectivos con menor peso necesitan un tiempo extra para adaptarse a una digitalización que ya antes de la covid-19 les apremiaba a ponerse al día. A la hora de diseñar tecnología, e implementarla, no está de más tener en cuenta que no todo el mundo es capaz de adaptarse a tanta velocidad a los cambios del mundo.
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