La selección natural según predicaba Darwin, junto con la evolución de las especies, hacen que un individuo de una determinada especie se adapte al medio, con lo que encontramos que el mejor adaptado es el que sobrevive. Algo análogo ocurre con las empresas hoy en día: no sobrevive la más fuerte sino la que mejor se adapta. Pero ¿con qué mecanismos de adaptación cuentan las empresas? ¿Cómo evoluciona el medio y con qué rapidez? ¿Por qué desaparecen las más fuertes?
Desde hace varios años, todas estas ‘variaciones’, que no son otra cosa que innovaciones, se engloban dentro de una disciplina que recibe el nombre de ‘inteligencia’, o más concretamente ‘inteligencia competitiva’. Evidentemente el término que es casual, hace mención a la competencia, es decir, al entorno, afianzando la idea de que una empresa no es ajena a los movimientos de entorno, y que si el entorno cambia, la empresa debe adaptarse, debe incorporar pequeñas variaciones que impidan su desaparición.
¿Y cual puede ser la ‘selección natural’ en el mundo empresarial? Evidentemente no podemos esperar ‘modificaciones genéticas de tipo aleatorio’ pero sí encontramos desde luego hechos fortuitos que cambian totalmente el rumbo de una empresa (por ejemplo la invención de Post-it), pero cabe esperar que desde una empresa podamos ‘forzar’ esas variaciones, y esas variaciones vienen por la inteligencia competitiva.
Analizar tendencias, analizar la fortaleza de la competencia, el tamaño del mercado, con quién cuenta la competencia, la tecnología, el entorno, si los proveedores devienen en competidores, o adivinar nuevas áreas de aplicación para un producto suponen pequeñas ‘variaciones’ que ayudan a la anticipación, a la toma de decisiones, al diseño de una estrategia de ‘supervivencia’.
La publicación de ‘El Origen de las especies’ atrajo un amplio interés internacional, provocando vivos debates tanto en la comunidad científica como en la religiosa que se vieron reflejados en la prensa popular. En poco tiempo, el Origen se tradujo a varios idiomas, convirtiéndose en un texto científico fundamental cuya discusión implicó a multitud de sectores sociales. No podemos sin embargo hablar de que la inteligencia competitiva, que no es otra cosa que el análisis del entorno para tomar decisiones que garanticen una supervivencia, sea una cosa internacional y por todo el mundo aplicada.
En general, la aceptación de las tesis defendidas en el Origen atravesó dos etapas: una primera fase en la que, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, el mundo victoriano comenzó a aceptar progresivamente la teoría de la evolución y una segunda, avanzado ya el siglo XX, en la que el redescubrimiento de la herencia mendeliana posibilitó la aceptación de la teoría de la selección natural, aunque hay que mencionar todavía la no aceptación de la teoría por parte de una minoría que aún sostiene la intervención divina en la creación del homo sapiens y la inmutabilidad de éste en el devenir de las eras.
¿Qué es exactamente la inteligencia competitiva? Los expertos la definen como la recopilación de información y su análisis para ayudar en la toma de decisiones. Esta recopilación de información pasa por la identificación de las fuentes donde podemos encontrar información útil, y por la recuperación de la misma, la eliminación de lo que no sirve y la ordenación de esa información y la interpretación de los datos.
Buscar información en principio es una tarea que no se considera difícil. De hecho, vivimos en la era de la información, hasta Internet está superado. Hace poco más de dos años, estar conectado permanentemente a dispositivos que nos relacionan con miles de personas y nos informan en tiempo real, era casi ciencia-ficción. Todo esto aporta unas ventajas indiscutibles, pero a la vez, imprime un ritmo vertiginoso al mundo económico y empresarial, y sin duda, disminuye el tiempo para tomar una decisión, haciendo la supervivencia en el entorno, y parafraseando a Darwin, más ‘brutal’.
Por tanto, una tarea que a priori no era difícil, sí se vuelve compleja al tener que efectuarla en poco tiempo de manera satisfactoria y porque la cantidad de información es, sencillamente, enorme. Pero además, la humanidad vive por primera vez en un mundo en el que el acceso a la misma es increíblemente fácil (otro capítulo es el de la veracidad y el de la calidad).
Por eso, debemos saber qué hacer con toda esta información que recibimos del entorno. ¿Cómo se relacionan esos registros? ¿Qué se esconde detrás de un dato? Esas interrelaciones son la contextualización de la información, no podemos basar una decisión en un solo registro o en una colección de varios; tendremos que ver en dónde se sitúa dicho registro y qué es lo quieren decir un conjunto de informaciones. Un registro por sí solo no quiere decir nada; si es un campo tecnológico serviría saber la posición de esa tecnología dentro de un conjunto, o su evolución, o cuándo comenzó y cuándo aparece el último registro, o quiénes eran los líderes y quiénes son ahora, o cómo se concentra esa tecnología por distintos países, o si esa tecnología está en manos de unos pocos o se distribuye por igual.
Todo eso son las interrelaciones de la información: con una simple ordenación y filtrado de la información no es suficiente, hay que tener la información pero hay que convertirla en conocimiento. Con esto, estaríamos anticipándonos a los cambios en el entorno y asegurándonos una supervivencia.
En el ámbito popular, la reacción más recurrente, reflejada en las sátiras y caricaturas publicadas en los periódicos y revistas de la época, afectó a las consecuencias de la teoría de la evolución para la posición de la especie humana en la jerarquía animal. A pesar de que Darwin sólo había afirmado que su teoría arrojaría nueva luz sobre la cuestión del origen del hombre, la primera reseña del Origen lo acusó de hacer un credo de la idea según la cual el hombre procedía del mono, cuando en realidad, Darwin sugería la proveniencia de ambas especies (humana y primates) de un tronco común, por lo que los primates serían nuestros ‘primos’.
No sorprende por tanto que el mundo empresarial no haya aceptado todavía por completo todo el paraguas de la inteligencia competitiva bajo dogmas tan poco científicos como ‘no necesito eso, yo ya sé lo que hace la competencia’. ¿Seguro? ¿Seguro que en algún despacho coreano, por ejemplo, no tienen implementado ya lo mismo que usted?
Hoy en día es especialmente relevante cerrar el ciclo de la I+D, es decir, las fases que van desde la concepción de la idea hasta la explotación final. Fuente: elaboración por Pons Patentes y Marcas
Las razones por las que la un proceso de inteligencia no se implementa en la empresa pasan invariablemente por la asunción de que es un proceso caro que implica a su ves la (nada fácil) búsqueda y análisis de información, que se complica con la enorme cantidad de información recibida, con la rapidez con que la recibimos, el poco tiempo del que disponemos, y la enorme cantidad de variables que tenemos que cruzar para su transformación en conocimiento. De ahí la necesidad de la externalizar y que otros nos implementen un proceso de inteligencia competitiva, que no es otra cosa que la inteligencia para competir, para superarse, para aprender. Y no es un proceso caro, lo que es caro es no hacerlo. El precio puede ser la supervivencia.
Además, hay que tener en cuenta que el punto de partida es que nuestros competidores nos están vigilando, atentos siempre a nuestros movimientos, que estos movimientos son analizados y que además intentan adivinar cuales van a ser nuestros próximos pasos. Nuestros competidores no se están quietos y si nosotros encendemos una hoguera, el humo es seguido por muchos ojos atentos.
Así, la inteligencia competitiva se presenta como una metodología capaz de navegar por esos enormes repositorios de información, de encontrar lo que se precisa y de convertirlo en conocimiento para una correcta toma de decisiones. Un proceso capaz de mantenernos como especie, de mantener nuestra supervivencia.
Sergio Larreina
Director Inteligencia Competitiva – Pons Patentes y Marcas