Por Mauricio Cabrera
Henry Ford les daría la razón a los que ahora pretenden reducir las jornadas laborales. En 1926, decidió que sus empleados estarían más motivados y serían más productivos si descansaban sábados y domingos. Pero para muchos ese movimiento del que fue pionero ha quedado obsoleto, tanto que el economista británico John Keynes advirtió desde 1930 que en el futuro la jornada laboral por semana sería de 15 horas gracias a los avances de la tecnología, mientras que Shake Shack en Estados Unidos ha realizado una serie de pruebas, con resultados positivos, para que sus empleados trabajen 32 horas al día en vez de 40 durante solo CUATRO días a la semana.
Lo ha sugerido Carlos Slim. Aunque para él deberían ser tres en vez de cuatro días semanales. Países como Nueva Zelanda, Alemania, Japón e incluso España han ido adoptando la medida. Pero para conseguir que las empresas mexicanas tuvieran un esquema de trabajo de cuatro días falta recorrer un camino que no por fuerza será del agrado de los empleadores, que tendrían que estar dispuestos a recortar el número de horas por día que ha de laborar un trabajador de acuerdo a la Ley Federal del Trabajo.
A últimas fechas, la conversación ha recobrado relevancia en México después de que Pilar Lozano, diputada de Movimiento Ciudadano, planteara reformas a la Constitución Política y a la Ley Federal del Trabajo para que la medida a cumplir fuera de horas por semana en vez de horas diarias, como se mide en la actualidad el compromiso de un trabajador con la empresa que lo contrata.
Su propuesta contempla una falla que ya antes había sido advertida por Jon Messenger, líder del Grupo de Condiciones de Trabajo de la Organización Internacional del Trabajo (OTI), que es la de respetar las 48 horas contempladas bajo la legislación actual pero concentradas en cuatro días, lo que llevaría a contemplar una jornada laboral de 12 horas al día, lo que representaría, en voz del mismo Messenger, mayores riesgos para la salud de los trabajadores y riesgos añadidos en la seguridad en el lugar de trabajo.
De acuerdo a la OTI, la adopción de un sistema como el propuesto por la diputada tendría que ocurrir en dos tiempos. Primero con el ajuste de horas para que en vez de 48 sean 40 a la semana; después, con la implementación del sistema de trabajo de cuatro días por tres de descanso.
Sobre este punto, vale decir que la matemática es tan relevante como la percepción. Aunque la pandemia contribuyó a que muchos jefes se convencieran de que las horas en oficina no por fuerza representan un fiel reflejo de la calidad del trabajo realizado, y aún con la opinión favorable del 58% de empleados que aseguran que su rendimiento mejoró trabajando vía remota, también se produjo el otro extremo, en el que un 64% de los empleados aseguró padecer estrés laboral por las largas jornadas durante el confinamiento, lo que podría replicarse tanto en oficina como vía remota si es que se extiende la jornada laboral a ese número de horas.
Vale decir que el modelo de cuatro días laborales a la semana no registra un caso de aplicación total para un país. La adopción ha sido paulatina, a partir de ciertas industrias, y no de una legislación que ordenara la aplicación generalizada.
Más allá de los números, ¿estarían los líderes de empresas en México dispuestos a dejar de dar tanto valor a las horas trabajadas para concentrarse en el valor del trabajo realizado? ¿Tendrían la capacidad analítica suficiente para comprender que el incremento del costo por hora trabajado representa un beneficio en términos de productividad?
Para intentar orientar una respuesta positiva, vamos a los beneficios consignados por la BBC:
→ Reducción de ausentismo laboral: los empleados entienden el valor de cada uno de sus días laborales. El hecho de contar con un día de descanso adicional a la semana lleva a que tengan una mejor planeación para asuntos relacionados con su vida personal.
→ Aumento del bienestar laboral: se registran incrementos considerables en el entusiasmo y satisfacción de la gente al realizar su trabajo.
→ Incremento en productividad: Jan-Emmanuel De Neve, director del Centro de Investigación del Bienestar de la Escuela de Negocios de la Universidad de Oxford, advierte que ningún análisis realizado demuestra que no exista un incremento en la cantidad de trabajo realizado por número de horas cuando se adopta un esquema de cuatro días laborales a la semana.
Por su parte, España experimentará con una semana laboral de prueba de cuatro días. El gobierno español acordó una semana laboral de 32 horas durante tres años, sin recortar la compensación de los trabajadores. El Washington Post informó: «El programa piloto tiene como objetivo reducir el riesgo de los empleadores al hacer que el gobierno compense la diferencia en el salario cuando los trabajadores cambian a un horario de cuatro días». Invertirá alrededor de 50 millones de euros para los costos del programa piloto para las empresas que quieran participar. Se prevé que unas 200 empresas y de 3.000 a 6.000 trabajadores participarán en el proyecto.
“Con una semana laboral de cuatro días (32 horas), nos estamos lanzando al verdadero debate de nuestro tiempo (…) Es una idea cuyo momento ha llegado. España es uno de los países donde los trabajadores dedican más horas que la media europea. Pero no estamos entre los países más productivos. Por lo que creo que trabajar más horas no significa trabajar mejor”, aseguró Íñigo Errejón Galván, político español, miembro del XIV Congreso de los Diputados.
¿Y entonces por qué el esquema de cuatro días laborales está lejos de ser la norma?
Ha quedado demostrado, según los opositores de este sistema, que en muchas ocasiones el aumento en productividad no alcanza a cubrir vacíos que de cualquier modo exigen a las empresas contratar a más personas, lo que representa un costo adicional dado que la reducción de horas laborales no suele significar una reducción de sueldo.
Por otro lado, son tan notables las diferencias entre industrias que el sistema de cuatro días a la semana luce más bien como una alternativa que puede convenir o no, como ocurre también con el trabajo remoto, que si bien se ha instalado en determinadas industrias, como las grandes tecnológicas de Silicon Valley, no será adoptado por todos pese a los deseos expresos de la mayoría de los empleados.
Lo que le funciona a Shake Shack no por fuerza le funciona a todo un país.